Los insensibles experimentos que investigan la naturaleza del amor
A mediados del siglo XX el psicólogo norteamericano Harry Harlow llevó a cabo una serie de crueles experimentos en monos rhesus, que paradójicamente terminaron por probar la necesidad de apego y cuidados emocionales en el desarrollo de bebés humanos.
Para constatar su hipótesis, Harlow separó a las crías de sus madres en una jaula ofreciéndoles una estructura de alambre con un biberón por un lado, y una figura suave de toalla con forma de mono por el otro.
La totalidad de los monos bebé se refugiaron en la figura de tela y recurrieron a la estructura de alambre solo para ser alimentados. El hallazgo fue revelador, puesto que en la época se pensaba que los niños solo se vinculaban afectivamente con sus madres o cuidadores para asegurar el suministro de comida, y que el exceso de afecto era perjudicial para el desarrollo cognitivo de los lactantes.
Harlow fue todavía más lejos; en su siguiente experimento hizo que la suave figura de la que se aferraban las crías de mono, los asustara o torturase físicamente. Aun bajo estas terribles condiciones, el psicólogo observó como los monitos volvían a abrazar la estructura de toalla pasado el impacto inicial.
Esta terrible investigación sirvió para cambiar el paradigma de crianza de toda una generación, poniendo en foco las necesidades afectivas de los bebés.
Sin embargo, la crueldad a la que fueron expuestos los monos involucrados en los experimentos sigue causando estupor, y cada vez son más las voces que se alzan contra el maltrato animal en los laboratorios científicos.
Fuente e imágenes: GIZMODO