La verdad oculta
Aunque lo es en esencia, el deporte puede no resultar tan sano, especialmente en el caso de algunas prácticas deportivas vinculadas al contacto físico más brutal.
Quizá uno de los deportes más nocivos para la salud cerebral sea la lucha libre, disciplina que corrobora un alto índice de lesiones cerebrales. Un caso emblemático es el del luchador Chris Benoit, que se quitó la vida a los 40 años de edad: durante una autopsia, los médicos descubrieron que su cerebro era semejante al de un paciente con alzhéimer, de 85 años.
Deportes que podrían considerarse menos brutales, como el fútbol, o el béisbol, no escapan sin embargo al contacto físico, que en ocasiones puede resultar mortal. Es lo que sucedió con el beisbolista Ryan Freel, quien se suicidó a los 36 años de edad, tras sufrir un serio deterioro cerebral.
El boxeo ha dado origen a una patología con nombre propio, el síndrome del boxeador, es decir, una encefalopatía traumática crónica, producto de los golpes continuos en la cabeza, que modifican la estructura cerebral y generan amnesia, dificultades en el habla, tendencias suicidas y demencia.
El síndrome del boxeador no es una exclusividad del boxeo; los jugadores de fútbol americano reciben un promedio de 600 golpes en la cabeza, cada temporada, solamente en la máxima liga de los Estados Unidos.
La película Concussions, próxima a estrenarse, narra los pormenores de una historia que consiguió finalmente introducir modificaciones al reglamento del fútbol americano, tendientes a morigerar las lesiones por golpes en la cabeza.
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Fuente: dw.com