De la tortura al fitness: la increíble historia de la cinta de correr
Correr sin avanzar, una de las pesadillas primordiales de los seres humanos, es, a su vez, una de las actividades más frecuentes en los gimnasios de todo el mundo. Cada día, millones de personas se montan sobre las cintas de correr en busca de un saludable ejercicio y de un momento de introspección y desconexión con el mundo exterior. Curiosamente, los orígenes de este artefacto tienen mucho más en común con nuestras creaciones oníricas que con el popular uso que se le da en la vigilia. En el siglo XIX, las cintas de correr fueron concebidas nada más y nada menos que como método de tortura.
Por esa época, en el Reino Unido, distintos movimientos sociales comenzaron a alzar la voz acerca del cruel trato que se les daba a los prisioneros. Los castigos impartidos eran básicamente la deportación, la pena de muerte y el aislamiento. A partir de las protestas, estos castigos fueron en parte reemplazados por nuevos métodos para “rehabilitar” a los criminales. La versión original de la cinta de correr era uno de ellos.
Creada en 1818 por William Cubitt, consistía en una larga rueda de molino que un grupo de prisioneros empujaba, haciéndola girar. La rotación misma los obligaba a seguir moviéndose: quien dejaba de caminar, caía debajo de la rueda. Los prisioneros británicos despertaron de este mal sueño en 1898, cuando el sistema fue retirado de las cárceles a causa de su brutalidad. Reapareció poco más de 50 años después, completamente renovado.
La evolución de este dispositivo nos presenta una llamativa diferencia: mientras que en la actualidad muchos gimnasios no permiten que la cinta de correr se utilice por más de 20 minutos seguidos, los antiguos usuarios eran obligados a caminar sobre ella todos los días, durante aproximadamente 6 horas.
FUENTE: Gizmodo
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