Evolución y futuro del motor turbo
Breve repaso de su protagonismo en la industria automovilística.
Desde su concepción, a comienzos del siglo XX, el turbocompresor se ha vuelto cada vez más importante en la industria automovilística. No solo por su capacidad de aumentar el rendimiento y la potencia de los motores, sino porque su papel como reductor de las emisiones contaminantes resulta crucial en la actualidad, sobre todo en el caso de los autos diésel, y lo ha convertido en un componente indispensable de los motores.
Como muchas de las tecnologías aplicadas al automovilismo, la turboalimentación tuvo su origen en los intentos por optimizar el rendimiento de la maquinaria militar. En este caso se buscaba mejorar la productividad de los motores de los aviones militares que volaban a grandes alturas, donde la densidad del aire era tan baja que se hacía necesario forzar su ingreso al interior del motor para obtener un mayor rendimiento.
Tras un uso exitoso en varios bombarderos y cazabombarderos durante la Segunda Guerra Mundial, y aunque los turbocompresores ya se habían usado en motores diésel y aplicaciones comerciales, no fue hasta 1962 que finalmente irrumpieron en el mercado automovilístico, bajo el capó de un coche de producción: el Chevrolet Corvair, fuertemente criticado por su escasa protección y su dinámica complicada, causante de multitud de accidentes.
Semanas después, llegó al mercado otro motor sobrealimentado por turbo, también fabricado por General Motors: el Turbo Rocket, desarrollado por Oldsmobile para los F-85, una cupé de 2 puertas tradicional, con motorización delantera longitudinal y propulsión trasera. El motor estrella era un V8 de aluminio de 3.5 litros, conocido como el Buick “small-block 215”. Sin embargo, desde su introducción al mercado fue un motor extremadamente delicado.
La alemana BMW fue la primera marca europea en utilizar el turbo en un vehículo de pasajeros producido en serie: su modelo 2002. La mecánica arrojaba 170 CV a 5.800 rpm, y contribuyó a allanar el camino a una magnífica era del turbo en el mundo del automóvil. Buena parte de la "moda turbo" que se produjo a partir de los ochenta se debe a la alta competición. Especialmente cuando, en 1979, el Renault RS10 conducido por Jean-Pierre Jabouille cruzó victorioso la meta del Gran Premio de Francia de Fórmula 1.
Hoy, el turbocompresor sigue siendo sinónimo de potencia. Tal es el caso del nuevo modelo Suzuki Swift Sport 2018, cuyo motor turbo 1.4 Boosterjet con inyección directa, desarrolla 140 caballos de potencia, alcanzando los 195 km/h, y es capaz de acelerar de 0 a 100 en sólo 8.7 segundos. Para poder aprovechar este turbo al máximo, el Swift cuenta además con un chasís preparado para ir más rápido, transmisión manual y un peso inferior a la tonelada. Todo un homenaje a la historia del turbocompresor.