La desgraciada historia del hombre más inteligente de la historia
William James Sidis nació en Nueva York, dos años antes de que el siglo XX comenzara, y hasta hoy es considerado el humano más inteligente del que se tenga registro: la inteligencia de un adulto promedio tiene un coeficiente de entre 90 y 110 puntos; la de un adulto dotado (el 6 por ciento de la población mundial) varía entre 111 y 120 puntos; Sidis tenía un coeficiente de 300. Sin embargo, una de sus frases más recordadas da cuenta de que, al menos en este caso, la inteligencia es un don con aristas escabrosas: “Quiero vivir una vida perfecta […] La única manera de lograrlo es a través del aislamiento, de la soledad. Siempre he odiado a las multitudes”.
Aunque fue capaz de leer antes de cumplir dos años, escribir libros de anatomía y astronomía entre los 4 y 8 años, edad a la que por cierto ya hablaba ocho idiomas, graduarse en Medicina a los 16 y llegar completar 7 carreras universitarias, Sidis no dejó ningún legado extraordinario ni para la ciencia ni para las humanidades: simplemente fue un superdotado. Hijo de una madre médica y de Boris Sidis, médico psiquiatra, filósofo y autor de varios libros y publicaciones académicas, desde niño resultó ser un conejillo de indias para la educación que sus propios progenitores cuadraron a la medida de las teorías pedagógicas diseñadas por su padre para educar a un genio.
Boris Sidis, que consideraba a la estimulación temprana como base de una gran inteligencia, llegó a decir que “conducimos la mente del niño por canales estrechos atrofiando y deformando su mente hacia la mediocridad. Si el niño se desenvuelve en los rígidos moldes del hogar y la escuela el resultado será una permanente mutilación de su originalidad y genio”. Así fue que preparó especialmente una habitación de la casa para educar a su hijo que con el correr de los años ganó amplia popularidad en los medios masivos aunque escasa o nula entre la comunidad científica. De hecho, las ambiciones de sus padres, que constantemente lo sometían a pruebas para medir su inteligencia, resultaron ser tortuosas.
Sidis pasó su vida adulta en un aislamiento casi absoluto, encerrado en un pequeño departamento de Boston que solo abandonaba para visitar a sus padres o acudir a reuniones políticas, el único ambiente social del que eventualmente participaba. Fue precisamente en una de estas reuniones que conoció a Martha Foley, activista irlandesa a la que poco le importaba su reputación de genio superdotado. Sin embargo, el aura solitaria de Sidis le resultó atractiva y decidió acercarse para conversar. Aunque el encuentro fue tosco, ambos llegaron a concretar un par de citas en las que Sidis jamás logró sobreponerse al miedo y la ansiedad. Angustiado, consultó con su padre qué debía hacer.
La respuesta fue inmediata: que dejara de verla y cortara cualquier vínculo con ella. Sidis, que para entonces hablaba 40 idiomas y sufría insoportables migrañas cotidianas, obedeció y también dejó de ver a su padre y de asistir a eventos políticos. Se recluyó en su departamento y no hizo otra cosa más que pensar y pensar hasta que su cerebro ya no resistió. Falleció el 17 de julio de 1944, a los 46 años de edad, por una embolia cerebral. Una semana más tarde, cuando fue hallado, encontraron entre sus pertenencias la única realmente personal: una foto marchita de Martha Foley.
Fuente: clarin.com
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