El escalofriante gas mostaza dio paso a las primeras quimioterapias
Durante la Primera Guerra Mundial, el gas mostaza resultó ser una de las armas más letales en el campo de batalla. Aunque se denomina gas, lo cierto es que se trata de un líquido, también llamado mostaza sulfurada, que se lanzaba dentro de proyectiles contra el enemigo.
Así, el campo de batalla resultaba regado por una sustancia oleaginosa altamente vesicante, que generaba ampollas, ulceración y grandes quemaduras. Al ser inhalado, el gas mostaza irritaba la mucosa de la tráquea y afectaba especialmente bronquios, pulmones y ojos.
El terror que esta arma química generó entre los soldados de la Primera Guerra, hizo que la Convención de Ginebra de 1925 prohibiese su uso en cualquier enfrentamiento bélico. No obstante ello, durante la Segunda Guerra, formó parte de todos los arsenales.
El 2 de diciembre de 1943, mientras el buque estadounidense SS John Harvey permanecía atracado en el puerto italiano de Bari, Alemania lanzó un ataque aéreo. El barco, que fue hundido junto a otros 16 navíos, contenía 100 toneladas de gas mostaza.
La nube tóxica que emanó desde el navío lo cubrió todo, matando a más de mil personas. Cuando el médico estadounidense Stewart F. Alexander obtuvo el resultado de las autopsias, pudo constatar que el gas mostaza había atacado especialmente a las células blancas de la sangre.
En el informe médico que Alexander elaboró, destacó que si el gas afectaba a estas células, llamadas leucocitos, entonces podría ser útil en el tratamiento de la leucemia. Su recomendación se sumó a estudios anteriores que desatacaban las propiedades del gas en el tratamiento de distintos tipos de linfoma.
Aunque por entonces nadie lo sospechaba, acababa de nacer la era de la quimioterapia antineoplásica. Hacia 1946, fueron publicados los resultados preliminares que, posteriormente, darían paso a los primeros agentes alquilantes.
Fuente: bbc.com
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