El año en que Londres obligó a fumar a toda su población
Dos siglos después de que Europa fuera diezmada por la denominada Peste Negra, la ciudad de Londres se enfrentaría a una nueva plaga que, en términos oficiales, mató a unas 70 mil personas, aunque se estima que las víctimas pudieron ascender a 100 mil. Hacia 1665, llegó a la ciudad la peste bubónica, que generó la huida de las clases ricas hacia el campo y dejó a merced de la suerte a los pobres. Cuando un nuevo caso era identificado, la casa en donde vivía el infectado era clausurada durante 40 días, con toda su familia adentro, se pintaba la puerta con una cruz roja y se designaban custodios para vigilarla.
Cuando la peste avanzó y las muertes se contaban por miles cada semana, ya no alcanzaban los carros para juntar cadáveres, que entonces comenzaron a ser apilados en las calles. Ante el absoluto desconocimiento de las causas de la enfermedad, Londres comenzó a tomar una serie de medidas absurdas para el sentido común, comenzando por la orden de encender hogueras en cada rincón de la cuidad, incluyendo las casas, que debían arder 24 horas al días. La idea era combatir así al mal aire que enfermaba a la gente. Posteriormente, afloró la teoría de que inhalar el humo del tabaco permitía limpiar el aire que ingresaba a los pulmones.
Así fue como cada barrio y distrito londinense pasó los días enteros fumando. Durante meses, hombres, mujeres y niños fumaron en consonancia con lo dictado por el manual de desinfecciones personales, a tal punto que los barrios sin tabaquería fueron considerados pestilentes. Con el tiempo, y las muertes en aumento, se recurrió a otros sinsentidos tales como la prohibición de mantener perros o gatos y el exterminio de unos 4 mil animales. Sin depredadores que las combatan, las ratas se multiplicaron. Finalmente, hacia principios de 1666, la peste comenzó a mermar y hacia finales de aquel año la epidemia cesó.
Fuente: gizmodo.com
Imágenes: Dominio Público / Domino Público