Carlota de México, emperatriz y primera gobernante
La historia del segundo imperio de México tuvo como protagonistas a dos jóvenes europeos que soñaban con el poder y acabaron en la tragedia: El archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo y su esposa, la princesa Carlota de Bélgica. Según la escritora Martha Robles, este fue "uno de los capítulos más tremendos y surrealistas de la historia de México".
Luego de que la iglesia católica perdiera muchos de sus poderes tras la Guerra de Reforma (1858-1861), conservadores mexicanos viajaron a Europa en búsqueda de un monarca que gobernara a México. El 10 de abril de 1864, Maximiliano fue coronado con su esposa como emperadores, convirtiendo así a su mujer en Real Majestad Imperial: Carlota de México.
Luego de jurar por "el bienestar y la prosperidad de la nación, defender su independencia y conservar la integridad de su territorio", el nuevo emperador resultó ser poco entusiasta, y su mujer no tardó en tomar las riendas del poder. El estatuto imperial decía que, en ausencia del emperador Maximiliano, Carlota fungiría como regente a la cabeza del gobierno.
La joven emperatriz aprovechó las ausencias por viaje de su esposo para emprender proyectos sociales, de infraestructura y de caridad: decretó la Ley de Instrucción Pública que garantizaba la instrucción primaria gratuita y obligatoria, fundó escuelas y academias, mejoró los transportes y las comunicaciones, y limitó el horario laboral y los castigos corporales, así como también el trabajo infantil.
A pesar de sus múltiples emprendimientos, el imperio impuesto en México no tuvo la solidez necesaria y Maximiliano fue ejecutado por liberales. En su regreso a Europa, Carlota comenzó a mostrar comportamientos extraños y repetitivos, que pronto derivaron en un trastorno mental complejo que la mantuvo más de dos tercios de su vida encerrada. La emperatriz murió en 1927 en Bélgica a los 86 años.
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