En su afán por una sociedad serbia, el rey Alejandro I de Yugoslavia, instauró una de las peores dictaduras a partir del 6 de enero de 1929. La política hacia las Iglesias fue discriminatoria. Del presupuesto para el culto, la Iglesia ortodoxa recibía el 75% y la Iglesia católica 23%. Los obispos serbios recibían 40.000 dínares (moneda oficial de Serbia) y los obispos católicos 40.00020 000 dínares. En la enseñanza, los profesores serbios eran favorecidos en relación a las otras nacionalidades, los libros escolares en Croacia y en otras regiones fueron censurados, sobre todo en lo que tenía relación con la historia nacional, mientras que los libros serbios que glorificaban a la gran Serbia fueron ampliamente difundidos, sobre todo en Bosnia y en Macedonia. El uso de las palabras "esloveno" y "croata" estuvo prohibido. Se debía decir "yugoslavo". La policía fue enteramente serbia y muy temida, la misma trabajó con la delación, la opresión y la tortura. Todo adversario político del régimen era sospechoso y las condenas por este "delito" fueron frecuentes, quienes fueron sentenciados conocieron largos años de prisión.