El 1 de enero del año 42 a. C., el Senado romano otorgó a Julio César un honor eterno: su deificación póstuma.
En un acto sin precedentes, el líder que transformó Roma en un imperio fue reconocido como "Divus Julius", divinidad oficial del panteón romano.
Esta decisión no solo selló su legado, sino que también cimentó el camino para la posterior ascensión de su heredero adoptivo, César Augusto, quien daría inicio al Imperio Romano.
La deificación de César marcó un hito en la historia de Roma, fusionando lo divino con lo terrenal y estableciendo un precedente que influiría en las futuras monarquías y la relación entre poder político y religioso.
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