El 1 de junio de 1831, el explorador polar James Clark Ross, oficial de la Marina Real británica y botánico, lideró la expedición que con ayuda de los habitantes de los pueblos del ártico y trineos descubrió el Polo Norte magnético.
Ross formó parte de la segunda expedición al Ártico de su tío John Ross, almirante y naturalista escocés, que dio con el hallazgo del Polo Norte magnético durante su arribo al Istmo de Boothia, en el norte lejano de Canadá.
En esta expedición, Ross también registró las Islas Beaufort, luego bautizadas por su tío con el nombre de Islas Clarence, y algunos accidentes geográficos, como el Estrecho de James Ross, la Barrera de Hielo de Ross y el cráter Ross.
Desde entonces, transcurrieron 70 años hasta que alguien lograra localizar nuevamente el Polo Norte magnético, lo que ocurrió gracias a la expedición del explorador polar noruego Roald Amundsen.
Para sorpresa del explorador, las mediciones realizadas en la región evidenciaron que el Polo Norte magnético se había desplazado cientos de kilómetros con relación a la posición originalmente apuntada por Ross.
Hoy, los científicos saben que el Polo Norte magnético de la Tierra se mueve: durante el último siglo se desplazó más de mil kilómetros y, según cálculos recientes, lo hizo a una velocidad de 10 kilómetros por años, en las últimas décadas.
Hoy, el Polo Norte magnético se mueve a razón de unos 40 kilómetros por año y, aunque existen diversas hipótesis sobre las causas de su desplazamiento, nadie sabe a ciencia cierta por qué ocurre.
La Tierra aloja tres polos en su interior: el Polo Geográfico, que es donde el eje planetario de rotación se cruza con la superficie; el Polo Geomagnético, cuya posición cambia poco; y el Polo Norte magnético, donde las líneas de campo son perpendiculares a la superficie.